Los Real Madrid-Valencia tienen una cruz en el calendario de los amantes del fútbol. Son como una despedida de soltero, siempre pasan cosas. Es cierto que no corren aquellos tiempos de Albelda, Figo, Raúl o el Pipo Baraja y que sobre el verde la tensión se rebaja si no aprieta el grito del respetable, pero bueno, hay cosas que nunca cambian.
Sin Garay y Gabriel Paulista, dos centrales fajadores y con experiencia, el Valencia llegó a Valdebebas con un conejo en la chistera: Hugo Guillamón es un central serio y listo, sin estridencias, con futuro y sin renovar. Apunten su nombre.
El partido comenzó con el Madrid presionando la salida del balón. Si el director de la orquesta no muestra la partitura, la música no suena, así que Parejo desaparecido. Aún así, jugando a la contra, Rodrigo y Ferrán hicieron de las suyas y un Madrid sin prisa pero sin pausa, se fue al descanso con la portería a cero de milagro, aunque con un regusto en la boca de que Karim y Hazard se empezaban a divertir.
El Madrid es un equipo acostumbrado a los detalles, maneja los partidos a su gusto y sabe que tiene los mejores domadores de circo, que es cuestión de tiempo. Uno de ellos, Eden Hazard, jugador de la escuela de Romario o el Kún Agüero, rápidos, con un tren inferior poderoso y cuádriceps como sandías, utilizó su trasero para ganar la posición y dejarle un caramelo a Monsieur Benzema que abrió la lata. Eden ha recuperado una chispa que hacía meses que no veíamos.
A partir de ahí el partido fue otro, Luka Modric que tiene mil años pero juega igual que cuando era un niño bajo las sirenas de Zadar, apretó una vuelta más el destornillador y el Valencia se disolvió como un azucarillo en el café. Asensio, en el primer balón que tocaba después de casi un año caminando por el desierto de la maldita ‘triada’, marcó el segundo gol y su sonrisa emocionó a todos sus compañeros.
De postre lo de siempre, triple salto mortal de Karim con las dos piernas. Control con la derecha y sin dejarla caer, zurdazo a la escuadra. Pocos jugadores se mueven como él en la delgada línea blanca del área.
Un capítulo más para un final de liga emocionante. Un clásico de liga menos. Da la sensación de que si las lesiones respetan al Madrid, el fondo de armario blanco es infinito. No hubo la añorada testiculina de los tiempos del ratón Ayala o Fernando Hierro, pero sí 90 minutos de lo que más nos gusta: FÚTBOL.
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